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«REFLEXIONANDO SOBRE LA EQUIDAD DE GÉNERO» por Margarita Makuc

La equidad de género sin duda es un gran objetivo, tiene que ver con principios fundamentales, pues se basa en la idea de que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, este principio es aplicable a una serie de aspectos que nos distinguen unos de otros, pero que no implican en ninguna circunstancia que tengamos derechos diferenciados, relaciones de privilegio, ni de subordinación unos de otros. En un sentido profundo apela a nuestra intuición más básica de justicia: aunque somos diferentes, somos iguales. Una contradicción que vivimos cotidianamente las mujeres en el planeta, que se exacerba en sociedades primitivas, en estados poco evolucionados, en períodos de oscurantismo religioso, en épocas monárquicas, en dictaduras, en democracias formales, en sociedades capitalistas. Todas la mujeres, con mayores o menores grados de violencia hemos experimentado la discriminación en todos los ámbitos de la vida pública  y privada.  Todas las mujeres aspiramos a la equidad de género, este es un anhelo que tiene una variedad enorme de expresiones, pero sobre todo se fundamenta en un principio de justicia. La equidad de género apela a la urgencia de poder vivir en una sociedad genuinamente justa, por tanto no está ajena al tipo de sociedad que requerimos, una sociedad donde hombres y mujeres tengan reales oportunidades de desarrollarse en todas sus potencialidades. Las luchas por la igualdad de derechos de las mujeres, está unida indefectiblemente a la lucha por equidad social y económica. En este sentido, cuando las mujeres se organizan y exigen igualdad de oportunidades lo hacen bajo el principio de que habitamos una sociedad que en general no resguarda los derechos a la vida, a la salud, a la vivienda, a la educación, a la justicia. Esta vulnerabilidad compartida por hombres y mujeres, sin embargo es doblemente experimentada por las mujeres que en este mundo de desigualdades arrastra el peso de “ser mujer”. Esta doble injusticia la experimenta, se expresa en el hecho de que además la mujer  ha vivido históricamente subordinada  a un poder masculinizado,  donde los hombres por el sólo hecho de ser hombres (probablemente por ser físicamente más fuertes) han administrado un poder económico y político transmitido generación tras generación entre hombres. Pero, esta lógica de privilegios se funda en el hecho de que vivimos sociedades no igualitarias, por lo tanto quien tiene el poder económico también hereda este poder generación tras generación y obviamente ello se reproduce en el poder político en donde una minoría preserva celosamente su supremacía sobre una mayoría difícilmente que accederá a ocupar un espacio que está históricamente consagrado a quienes ya lo detentan. Entonces ¿podemos acceder a la igualdad de género en una sociedad injusta que no se esfuerza cada día por ser más democrática, que no avanza en derechos sociales para todos y todas, que no hace suyas las demandas de equidad social, que resguarda los privilegios de minorías por sobre los derechos de las mayorías?. Esta es una imposibilidad real, esta lucha no la podemos enfrentar como género, porque supera desborda los límites del género, debemos enfrentarla en conjunto con las luchas sociales, gremiales, económicas, políticas. No obstante ello, en esta historia de demandas sociales en donde las mujeres se han incorporado en la medida en que han derribado prejuicios y obstáculos hacia el género, las mujeres han sido invisibilizadas, grandes luchadoras por justicia social han quedado olvidadas, ocultas, silenciadas. Recuerdo a mi abuela que nos contaba que en el período de Gabriel González Videla una noche de invierno tres trabajadores de las minas le suplicaron que les abriera la puerta y los ocultara de la policía (por ser  comunistas, dirigentes sociales, gremiales) ella escondió bajo sus mantas en las únicas dos camas donde dormía con sus cinco hijas,  por ser la única matrona del pueblo, una desvalida mujer sola con sus hijas, los policías le creyeron que no había visto a nadie.   Salvó a esos trabajadores. Sin embargo, también nos contaba que fue víctima de la injusticia cuando el juez le dijo por qué mujer molesta este pobre hombre pidiéndole dinero, fue desalojada de su casa porque impidió que su pareja le pegara  a su hija (violencia intrafamiliar), fue detenida por no aceptar que la infidelidad era parte del pacto de ser esposa y agredir a la amante de su marido (y a su marido por cierto). Fue discriminada por ser una mujer que luchó en la adversidad de la pobreza, sola sin un hombre que la protegiera y que le diera el complemento simbólico para ser respetada. Mi abuelo al mismo tiempo se casaba con una jovencita de 15 años, se destacaba como dirigente gremial, formaba una familia. Experimentaba los privilegios del género, privilegios que no hubieran sido privilegios si hubieran vivido en una sociedad equitativa, justa, no hubiera habido niños abandonados, hambre, falta de vivienda, violencia, imposibilidad de estudiar. Sin duda la mujer sufre en una doble dimensión la injusticia social, el habitar en una sociedad que no resguarda los derechos sociales el impacto de la pobreza, la falta de estudios, la maternidad, la salud, la vivienda, la violencia se expresa en las mujeres de una manera nítida. Quizás por eso la justicia, la democracia, la equidad, la libertad (entendida como la real posibilidad de elegir) son sustantivos femeninos, quizás la etimología nos esté entregando una señal por donde avanzar en materia de derechos y la mujer sea la encargada de recordarnos a todos el gran camino que nos falta recorrer.