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DÍA DE LA PRENSA: ¡POCO QUÉ CELEBRAR, MUCHO QUÉ CAMBIAR! (POR CRISTIÁN MORALES C., PDTE. DEL CONSEJO REGIONAL MAGALLANES DEL COLEGIO DE PERIODISTAS DE CHILE)

Es la buena crianza del 13 de febrero la que llena las rotativas de saludos, algunos honestos, otros no tanto. Cortesía de costumbre que venera con anhelos y buenos deseos a la gente de la prensa “iluminada por Camilo Henríquez”.

Hoy, esas reverencias quedan carentes de empatía y espíritu. No cabe más farsa bajo la  alfombra de la “normalidad”. Y es que la precariedad en los medios deja un silencio que a todos nos tiene de cómplices. 

El diagnóstico está a la vista: despidos masivos, falta de credibilidad e independencia, inestabilidad laboral, crisis total en el financiamiento y una legislación que transforma el derecho a la comunicación en un negocio que en tiempos de crisis agudiza aún más la tragedia.

No obstante, la prensa continúa y avanza por las turbulencias cual nave de papel, disimulando su fragilidad y pobreza cultural.  Albur que no pasa necesariamente por la calidad de los profesionales sino que por un sistema que ajusta cuentas al revés, con los de siempre. Parece que es mejor el costo de consolidar un buen negocio que el de informar y crecer en credibilidad.

Y no extraña porque en Chile la libertad de expresión está apuntada en la Constitución, pero no está asegurada como un derecho. Tiene precio, color y dependencia. Así la cobertura de los cambios, en general, tiene un alto costo, aunque el más grande de todos es atentar contra el pluralismo y la diversidad.  

A esta altura ya naturalizamos la libertad de expresión al valor de quién paga y donde existe pocas o ninguna atribución jurídica que proteja a periodistas capaces de disentir, por ejemplo, de una nota. Esa cláusula de conciencia siempre presente en los países que lucen una democracia más sana, en Chile naufragó hace rato junto a la decencia.

Un resumen breve de la prensa diría que nació crítica y libertaria y en el camino olvidó sus orígenes. Hoy, en su mayoría, responde a grupos económicos que están más preocupados de consolidar sus ganancias, preservar su status quo que de informar, investigar o educar ciudadanos críticos.

Escenario que no escapa a la realidad local que ha visto desaparecer a periodistas de la dirección de medios, reemplazados en su mayoría por profesionales que tienen habilidades comerciales.

Y cada día respiramos el problema en un contexto de violación sistemática a los derechos humanos, agresiones en las coberturas a las protestas, despidos masivos de colegas. Inhalamos la incertidumbre y la desconfianza hacia autoridades inoperantes, en una larga lista de las “normalidades más anormales” de la historia de Chile.

Superar la crisis requiere de acciones de cambio.

En el último Congreso del Colegio de Periodistas realizado en Antofagasta se acordó aprobar una Nueva Constitución, con la esperanza de consagrar por primera vez el derecho a la comunicación como imperativo ético de la democracia. Un valor humano vital en una sociedad que busca eliminar la corrupción.

Una Constitución que debe ser debatida por el soberano en una asamblea constituyente, sin imposiciones de quórum y que recoja las miradas y voces de nuestra sociedad, reconociendo su heterogeneidad e incorporando aspectos que ha exigido el pueblo movilizado: paridad de género, incorporación de pueblos originarios y participación plena de ciudadanos y ciudadanas del movimiento social.

Ahora, si en esta fecha la costumbre insiste en recordar a la Aurora de Chile, y a su creador Camilo Henríquez, es bueno advertir también que el buen fraile promovió la selección de personas con ideas libertarias a la hora de elegir el primer Congreso Nacional.  

Doscientos ocho años después la consecuencia de Camilo cobra un nuevo sentido: reivindicar la comunicación como derecho humano inalienable en la vida del país. De seguro, el fraile instaría por una Nueva Constitución.

Al final, en tiempos de “normalidad” los saludos están demás.