Desafiando condiciones climáticas adversas, un grupo de mujeres agricultoras está impulsando un cambio en la forma de trabajar la tierra, dejando atrás los métodos tradicionales, basados en agroquímicos y monocultivos, para adoptar prácticas agroecológicas que respetan el medioambiente y recuperan saberes ancestrales.
Este movimiento no es casual. Surgió gracias al Programa de Transición a la Agricultura Sostenible (TAS), una iniciativa de INDAP e INIA con apoyo del Ministerio de Agricultura. Durante dos años, las participantes aprendieron técnicas como manejo sostenible de suelos, control natural de plagas y rotación de cultivos, bajo la asesoría de Tatiana Romero. En el mes de agosto, veinte nuevos agricultores se sumarán al programa, pero quienes ya lo han aplicado son la mejor prueba de su éxito.
Sandra Naín, agricultora de Punta Arenas, recuerda su primer día en el programa con una sonrisa: «Llegué sin saber qué esperar, y terminé descubriendo no solo técnicas, sino una filosofía de vida». En su huerta, hoy conviven rotación de cultivos, bandas florales y hasta un rincón para el descanso. «La agroecología no es solo producir: es aprender a dialogar con la tierra, a devolverle lo que nos da», reflexiona.
Más al sur, Macsemina Cheuquepil convirtió un terreno en pendiente en un sistema de terrazas inspirado en los pueblos andinos. «Es volver a lo esencial», dice mientras muestra su abono de guano. «Antes compraba químicos; ahora mis aliados son los animales. Les digo a mis compañeras: ‘La solución está en lo que ya tenemos'».
“Es como volver al pasado, a esas formas antiguas de siembra más orgánicas. Hoy ya no uso fertilizantes químicos comprados en la bodega: ahora utilizo guano de pájaro. Le cuento siempre a mis compañeras del Prodesal: ‘No usen tantos químicos. Si necesitan abono, vayan a buscar guano donde hay de caballo, de oveja… hay lugares donde aún se puede recolectar’. Volver a lo natural a veces cuesta, pero vale la pena”, indicó Cheuquepil.
En Puerto Natales, Orita Teca Lepío logró lo imposible: rescatar un suelo anegado e improductivo. «Esto era un pantano. Hoy es vida», afirma, señalando sus cultivos. Para ella, la agroecología debería ser política de Estado: «Solo tomamos de la tierra. ¿Cuándo le devolvemos?».
“Me pone muy feliz, porque esto era un sueño. En este sector, donde hoy se ve todo sembrado, antes se inundaba constantemente. Era imposible cultivar. Pero se hizo un trabajo serio, con planificación. Estoy muy agradecida del esfuerzo que puso la Tati en el programa. Creo que estas prácticas no solo deberían aplicarse: deberían ser obligatorias. Extraemos, extraemos y no devolvemos nada. La naturaleza ya no aguanta más”, expresó Orita.
La revelación más profunda la comparte Julia Muñoz (Natales): «El secreto no está en la planta, sino bajo nuestros pies». Para ella, recuperar suelos degradados es un acto de justicia: «La agroecología nos enseñó que alimentamos la tierra, no los cultivos. Y cuando ella está sana, todo florece».
“Hoy, más que nunca, siento que es una obligación moral recomponer los suelos que hemos degradado con distintos modelos de cultivo. Recuperarlos es fundamental. Y hay una idea que para mí fue un verdadero clic: en la agroecología no se alimenta la planta, se alimenta el suelo. Y ahí está todo”, aseguró Muñoz.
Estas mujeres encarnan el alma del programa TAS: curiosidad para aprender, paciencia para observar los ciclos naturales y coraje para desafiar viejos modelos. Sus huertas no son solo fuentes de alimento, sino espacios de resistencia y comunidad.
En Magallanes, donde el invierno es largo y las condiciones adversas, ellas demuestran que la agricultura del futuro ya está aquí. Y como todo lo verdaderamente transformador, nace desde lo local, se riega en colectivo y —en este caso— lleva nombre de mujer.