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JÓVENES VOLUNTARIOS DE VARIOS PAÍSES CONOCEN Y APRENDE A TRABAJAR LA TIERRA EN PUNTA ARENAS

La brisa suave que sube desde el Estrecho de Magallanes golpea el ribazo y sobre la pendiente más alta del predio la estadounidense Emily Halrrop, 28 y el alemán Johannes Funk, 20, arreglan una tela gigante para proteger las frutillas que crecen agrestes.  Bajo la loma, el colombiano Wilson Chuvatá, 29, prepara composta orgánica y algo similar hace el francés Tristán Lacrux, 31, junto al catalán Paul Roig, 24. En tanto, cerca de la casa, la francesa Marion Fioraso, 28, arrodillada limpia maleza de un invernadero tipo túnel y el chileno, Tomás Jorquera, 30, hace de carpintero, construyendo una leñera. Hace una semana atrás no se conocía, hoy son “casi” una familia con fecha de vencimiento, asentada en una parcela del sector norponiente de la ciudad de Punta Arenas. ¿Cómo y por qué llegaron? Ésta es parte de su historia.

Wilson Chuvatá, salió de Bogotá junto a su hermano. La meta era en dos meses llegar a Machupicchu, tardaron cinco.  Una vez en Cusco decidieron seguir hasta el fin del mundo y desviaron ruta por Brasil para evitar el invierno andino. En el trayecto, cuando ya no tenían dinero ni nada más qué vender, supieron de “Workaway”, una comunidad virtual de intercambio presente en 170 países.  El sistema funciona con un anfitrión que ofrece alojamiento, comida a cambio de unas pocas horas de trabajo cada día en tareas manuales, cuidado de niños, proyectos de conservación, creativos o roles más calificados.

“Mi hermano volvió y yo decidí seguir”, dice Chuvatá. “Acá aprendí a hacer compost, a crear un sistema de riego, además he aprendido algo de inglés, francés… Y en el trayecto uno conoce personas increíbles… es un período de reflexión intenso”, asegura.

Paul Roig terminó la carrera de Biología, trabajó un año en un colegio, y hoy siente que necesita saber qué va a hacer con su vida. “Estaba entre ir a Tailandia, Vietnam o Chile, y el momento que decidí fue justo cuando comenzó el estallido social y me dije, ‘ahí quiero ir’, conocer la gente. Quedé sorprendido con la fuerza del movimiento”, recuerda.  Antes de llegar a Punta Arenas tuvo una breve estadía en Santiago, Osorno, y Puerto Varas, siempre buscando reseñas en “Workaway”.

“Me fui en bicicleta entre Puerto Varas y Frutillar. Quedé muy cansado, las piernas no me daban para el regreso. Así que hice dedo y me paró la policía. Ellos me llevaron con la bicicleta, podés imaginar, iba en un radiopatrulla, me trataron muy bien, todo es muy raro, tengo fotos con ellos, es muy gracioso”, comenta Roig mientras extiende los brazos a modo de exijo una explicación.  

Retorno a la tierra

“Este estallido, como otros anteriores, viene a demostrar que las personas echan de menos compartir y confiar en el otro. En esta casa puedes verlo, con tipos de varios países que andan buscando la vida sencilla, comer tranquilo, acostarse cansado, leer un libro, jugar un juego que no sabían, aprender algo… al final eso me ha hecho valorar más lo simple, no hay un solo modelo de felicidad… estamos en la época que tenemos la oportunidad de decidir cómo nos ponemos de acuerdo”, explica Tomás Jorquera.

El sociólogo llegó a estudiar el Magíster en Ciencias Sociales que dicta la UMAG. Conoció el sistema “Workaway” a través del relato de otros viajeros en una incursión en bicicleta que realizó desde Ancud hasta Brasil. Hoy asegura es el “menos ñurdo” de la casa para las tareas de carpintería y una de las actividades que más destaca y valora es la oferta culinaria y la convivencia, “hay una predisposición a evitar conflictos”.

“Lo más entretenido es la gastronomía pruebas distintos platos y compartes. A la mayoría de los viajeros les gusta cocinar. Ponen sus recetas.  ‘Hay pepino, harina, y mantequilla, y uno dice hagamos tártara, otro dice mejor una ensalada, no postre, y alguien menciona algo salado y cerramos con un hagámoslo todo”, ejemplifica Jorquera.

Quienes participan de “Workaway” destacan la importancia del viaje como trayecto y no como fin. Se trata de un paisaje que crece mezclado con nuevas experiencias y en el que cada nuevo paso va acompañado de una sensación incurable de aprender.

Tristán Lacrux y Marion Fioraso son una pareja de ingenieros franceses que recorre el mundo. Hace casi un año decidieron hacer un paréntesis a sus vidas. Dejaron escritorios y lo cambiaron todo por la posibilidad de ver el mundo.

“No es solo un viaje, sino que la idea es interactuar y ser parte de la comunidad a la que llegamos”, asegura Lacrux, experto en seguridad de aviones de guerra.  En tanto, Fioraso, su pareja, está sorprendida de la calidad de las frutillas de la Patagonia: “Nunca en mi vida me imaginé que iba a trabajar la tierra en esta parte tan lejos del mundo”, dice en forzoso español. En un par de días enfilan hacia Nueva Zelanda.

“Viaje con contenido”

Hace dos años atrás, la agricultura Patricia Delgado recibía apoyo de sus hijos, pero cada uno optó por distintos caminos y la temporada pasada, sin su ayuda, la producción fue muy difícil. 

“No utilizo pesticidas ni ningún químico, así que hay que desmalezar meticulosamente todos los invernaderos y en un estado de  atención permanente para evitar plagas y acá ya no hay mano de obra y cada vez menos los jóvenes se interesan por cultivar la tierra. Estaba complicada…  fue de casualidad que conocí la experiencia de ‘Workaway’ y me decidí”, cuenta la agricultora usuaria de INDAP.

“No son trabajadores sino que parte de mi familia. Abrí mi casa y se agrandó la familia. Mis desayunos son de todas partes del mundo. Todos tienen una cultura de respeto y estoy contenta. Hay estudiantes, profesionales, chicos que quieren vivir, conocer. La mayoría no quiere trabajar toda una vida para poder viajar. Quieren hacerlo hoy, eso me ha llamado la atención.

Han ahorrado, uno o dos años y recorren sin pagar hoteles ni restaurantes. Hay muchas chicas viajando sola, no quieren tener hijos y quieren dedicarse a vivir su vida. Y el campo y contacto con la naturaleza a todos le gusta”, asegura Patricia Delgado.

En su mesa hoy comparten jóvenes de seis nacionalidades. Algunos estarán una semana, otros un mes. Entran, salen y ayudan en las tareas del predio. Más de treinta voluntarios ya han pasado por su hogar durante la temporada y las reservas están copadas hasta marzo, a muchos les ha tenido que decir que no. Todos buscan un “viaje con contenido”.