Esta semana fuimos testigos de una verdadera escena de realismo mágico, con enredos y desmentidos por la liberación de un sujeto, acusado ni más ni menos de sicariato. Cuando la preocupación principal de los chilenos y chilenas sigue siendo la seguridad, vimos al ministro del ramo, siempre de adusto ceño, decirse y desdecirse, sobre la identidad del sicario. En cosa de horas, de Osmán Ferrer, pasó a llamarse Carlos Alberto Véliz, y luego, a Alberto Carlos Véliz. Tragicómico. Con lo sensible de la materia, la jueza del tribunal de garantía, se hizo famosa por echarse una siesta en medio de la audiencia, donde se veía la causa en cuestión. Luego desde el propio tribunal se generaron sendas y contradictorias resoluciones, en una se ordenaba la prisión preventiva del susodicho, en otra se anulaba la anterior y se dictaba otra con otro nombre. La nota curiosa es que la corrección de identidad provino de las autoridades venezolanas, en virtud al convenio de colaboración suscrito por el ex subsecretario Monsalve.
Convengamos que el estado nervioso de la ciudadanía no está para bromas, acosado de la mañana a la noche por la rotativa de noticias de la crónica roja, los nervios no dan para más. En este escenario se despliega la campaña política para las elecciones de noviembre. Los creativos de las campañas deberán hacer un gran esfuerzo si quieren entusiasmar o dar esperanza de algo a los exhaustos votantes. Al parecer los más interesados en votar serían los extranjeros avecindados en Chile por cinco años o más, a los que la insólita ley electoral chilena les otorga derecho a
voto en las presidenciales y parlamentarias. Una anomalía que es defendida con dientes y muelas por el sector conservador, en el entendido de que buen número de estos serían venezolanos, los que, por ser contrarios a la tiranía chavista, se entienden por extensión afines ideológicamente. Expertos electorales manifiestan que el impacto de estos electores en una elección nacional, será marginal.
En Chile, se aburre el que quiere. El guion no se agotó con la historia del sicario Carlos Alberto que era sicario Alberto Carlos, hubo otros actores, que querían decir sus líneas en el escenario. Es así como en medio de la discusión acerca del programa económico que sostendrá el progresismo en noviembre, salta al ruedo una dupla de diputados del norte del país, para proponer lo que estiman, será un alivio para los deudores chilenos: La eliminación de la UF. El sólo título de la canción, casi mandó al cementerio al flemático ministro Marcel, de la misma tienda que los diputados incursionando en economía. Fue tan fuerte y transversal el rechazo a una medida que básicamente demolería la estructura crediticia del país, que rápidamente los propios autores salieron a explicar, que sería aplicable sólo a ciertos casos, como la salud, la educación o la vivienda. Nuevas críticas de economistas de todos los sectores, transformaron lo que sería una plataforma de campaña de los susodichos, recorriendo el país, en una idea propia del realismo mágico.
Más encima una idea ni siquiera original, ya que a comienzos de los noventa, con mucho más carisma lo planteó, el fallecido empresario y ex candidato presidencial Francisco Javier Errázuriz. El conocido Fra-Fra.
Cómo llegaron los parlamentarios a proponer una medida tan radical, sin asesorarse con economistas y especialistas en el área es un misterio. Como cualquier otro cambio en las reglas económicas, este produciría un impacto en el mercado, existe abundante evidencia empírica sobre el aumento del costo del crédito y restricciones a su otorgamiento, que provocaría la eliminación de la UF. Un instrumento creado en el gobierno del presidente Frei Montalva, para enfrentar un escenario de inflación descontrolada que afectaba el libre intercambio de bienes y servicios. Se creó con el fin de proteger el valor real del dinero y evitar que las fluctuaciones inflacionarias afecten el poder adquisitivo de los ciudadanos. La UF se actualiza diariamente según la variación del Índice de Precios al Consumidor (IPC) y su valor se utiliza en contratos, créditos hipotecarios, arriendos, pensiones y otros tipos de transacciones financieras.
Es bastante significativo que cuando la candidatura progresista debe armar sus equipos técnicos para construir su programa de gobierno, surja este tipo de ruidos, que producen honda inquietud en los actores económicos.
Afortunadamente el actual ministro de hacienda, Mario Marcel, es un economista reputado y serio hombre del sector, que paró en el aire, el realismo mágico económico. Chile no está en condiciones de darse gustitos de ningún tipo. Con un crecimiento débil, alto desempleo, y en ciernes la amenaza del imperio yanqui de aplicar aranceles a nuestro principal producto de exportación, no hay espacio ni para eliminar la UF, ni para incrementar el costo de la contratación,
eliminando el tope de indemnización por años de servicio. Tampoco es tiempo hoy de discutir la negociación ramal.
La administración está cerrando su ciclo, y pareciera ser que la aprobación en torno al 30% genera que un amplio sector oficialista se inscriba hoy entre los autocomplacientes. No es el caso de la ex ministra Jara, que asume una campaña presidencial con la carga de ser continuidad de un gobierno con rechazo mayoritario, cualquiera sea la encuesta que lo mida. Sin equipos técnicos conocidos, ya que la vilipendiada concertación está abocada a construir la lista parlamentaria,
y aún no se identifica quien aportará la estructura económica del programa. Se conoce sólo los que han desestimado la idea. Y no es un tema baladí, debido a que el programa de primera vuelta respondió por entero a las propuestas del PC, las que en materia económica sostiene el desarrollismo, fracasado en todo el continente durante el siglo XX.
El grado de incertidumbre que la indefinición programática genera es tal, que ya surgen voces desde el empresariado chileno exigiendo a las candidaturas conservadoras, que se den los pasos necesarios para confluir en una sola lista parlamentaria, y así evitar una mayoría parlamentaria del progresismo. Por cierto, nada asegura que el progresismo se vaya a alzar como el poder mayoritario en el parlamento, la lista única, en teoría asegura mayor electividad. Pero eso es más claro en los distritos en que se elige senadores y sólo se elige dos cupos, en esos casos es lo
mismo que en el sistema binominal ya extinto, cada bloque elegirá un senador.
En el escenario de polarización en que estamos inmersos, donde quienes figuran mejor aspectados en las encuestas son dos figuras de las antípodas ideológicas, resulta fundamental para el equilibrio institucional la disputa parlamentaria. Desde luego con este grado de polarización, es preferible que un polo obtenga el poder ejecutivo, y otro el parlamento. Este es un contrapeso imprescindible, particularmente con las desconfianzas recíprocas existentes. Más
allá de la cercanía ideológica y la simpatía del sector ultra conservador chileno con Trump, se aprecia que el común de los chilenos rechaza el estilo Trump, de ahí que el parlamento es una barrera necesaria a las pulsiones autoritarias o mesiánicas Trump Style, en caso de imponerse la candidatura conservadora. Asimismo, el parlamento puede ser un dique de contención a los gustitos del tipo realismo mágico económico, en caso que se impusiera la candidata del
progresismo.
Viendo la performance de varios de los y las actuales integrantes del parlamento, huelga decir que los partidos y coaliciones deberán esforzarse más en eso que los expertos denominan “Selección de personal”. Los elencos de candidatos y candidatas que ofrecerán al país, debieran pasar por sucesivos y finos filtros, para evitar chascarros del tipo día del pajarete o eliminación de la UF. Chile se merece una gestión de excelencia, sea en La Moneda o en el congreso.
Las personas en sus casas, están hasta más arriba de la coronilla, con los errores e improvisaciones a todo nivel. Quien convenza de que va a hacer las cosas bien, se va a imponer sin importar su orientación política.
Ernesto Sepúlveda Tornero