¿Es Magallanes un polo energético para Chile? El debate no puede quedarse
solo en la crítica al sistema burocrático. La región austral reúne condiciones únicas
para convertirse en el más eficiente hub mundial de hidrógeno y amoníaco verde, con
factores de planta eólica superiores al 50 %, una cifra que duplica la media global.
Tal potencial, junto con su posición geopolítica, frente a la Antártica, permite
proyectar una plataforma logística estratégica y a escala planetaria. Más aún, un polo
industrial con base exportadora bioceánica, ya que se puede navegar en ruta directa
hacia la proyección atlántica o del Océano Pacífico.
Pero el potencial no basta: se requieren tres ejes de desarrollo industrial claros.
Primero, la formación técnica local. Solo en la etapa inicial de los proyectos de
hidrógeno verde se proyecta una demanda de más de 8.000 técnicos y profesionales,
cifra que podría llegar a 12.000 empleos directos e indirectos en una década.
Lo anterior, obliga a implementar centros de capacitación en Punta Arenas y
programas de recertificación de competencias para promover, por ejemplo, operación
de electrolizadores, mantenimiento de aerogeneradores y logística energética, evitando
que la población local quede relegada a creativos puentes aéreos. Una solución real a
la desocupación histórica de Magallanes (6.600 desempleados a junio de 2025) con
una fuente de largo plazo aproximadamente equivalente al 10 % de la fuerza laboral de
la región.
En segundo lugar, la infraestructura habilitante es crítica. La transición
energética exigirá puertos de gran capacidad, carreteras de servicio y redes eléctricas
de alto estándar. Hoy, la exportación de metanol a partir de gas natural muestra los
límites de un modelo logístico insuficiente.
Invertir en un puerto ampliado en Punta Arenas, capaz de operar múltiples
atraques y aumentar tonelaje, significaría reducir sustancialmente los costos logísticos
y asegurar competitividad frente a polos emergentes en Argentina y Uruguay. La
automatización de los terminales portuarios es una realidad. Magallanes necesita
puertos modernos, robotizados, automatizados e interoperables con la red logística
necesaria.
El tercer eje es la descentralización efectiva. Sin autonomía regional, las
inversiones proyectadas, que podrían superar los 70 mil millones de dólares hacia 2050
en hidrógeno y amoníaco verde, corren el riesgo de perderse. Sin embargo, una zona
franca integral, que no solo abarque bienes físicos, sino también servicios de
ingeniería, consultoría y tecnología cambia el panorama. Además, un esquema de
incentivos fiscales podría elevar la inversión extranjera directa un 25 % en apenas
cinco años, siguiendo experiencias como las de Singapur o Manaos.
Es imprescindible robustecer la zona franca de Magallanes, ampliándola para
incluir exenciones tributarias para equipos de alta tecnología como electrolizadores,
aerogeneradores y sistemas de transmisión, junto con beneficios para empresas de
ingeniería y consultoría que se establezcan localmente. Estas medidas no solo
facilitarían la atracción de capital, sino que permitirían consolidar cadenas de valor
regionales, asegurando que parte de la inversión se quede en el territorio y no emigre a
países vecinos.
Finalmente, un golpe de realidad ayuda a dimensionar la magnitud del desafío.
En el puerto de Bahía Catalina, en Punta Arenas, el reciente desembarque de solo dos
aerogeneradores destinados al proyecto de TOTAL en Tierra del Fuego, Argentina,
tomó tres días completos. Si ese mismo ritmo se aplicara a los futuros proyectos de
hidrógeno verde en Magallanes, se necesitarían más de 12 años únicamente para
descargar la totalidad de los aerogeneradores. La cifra es elocuente: sin modernización
inmediata de la infraestructura portuaria y sin incentivos que aceleren la inversión, la
región corre el serio riesgo de quedar fuera de competencia antes de iniciar la carrera
energética global.
Magallanes tiene el viento, la historia y la resiliencia para ser la punta de lanza
de la transición energética de Chile. Pero requiere más que discursos: demanda un
marco regulatorio ágil, puertos modernos, formación laboral avanzada y autonomía
política real. Porque no hablamos solo de una oportunidad regional, sino de una
decisión estratégica para que Chile no quede sea un mero espectador de la nueva
economía energética global.
Si fallamos, esta región sublime de pioneros, iluminada por tardes boreales, verá
el mundo avanzar sin ella, repitiendo la amarga lección que nos dejó el Canal de
Panamá, cuando el paso austral del Estrecho de Magallanes fue desplazado como la
principal ruta comercial bioceánica del continente.