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LOS SORPRENDIDOS

Lo más sorprendente del resultado electoral de este 14 de diciembre, son los sorprendidos.

Este largo y sinuoso camino comenzó a pavimentarse para que la modernidad de los “renovados” rodara suavemente, el 27 de noviembre de 1988, a poco de ganarse el plebiscito que desalojaba a la dictadura con un relativamente rotundo “NO”. Al plebiscito se llegó con un rico tejido social, construido con no poco sacrificio (tortura, desapariciones forzadas, asesinatos y otra tropelías) que se reflejaba en lo que se conocía como las “organizaciones de base”, sembradas, regadas y florecidas en sindicatos, centros de alumnos, juntas de vecinos, parroquias y otras opciones de organización popular, que devinieron en una esperanza común, y las consiguientes promesas de cambio.

En la fecha anotada, ocurrió uno de los hechos más gravitantes y (des)conocidos de nuestra Historia reciente: La cara visible, el hombre que lideró en gran parte el avance hacia la democracia, que no lo pasó nada bien y hasta preso estuvo, fue Gabriel Valdés Subercaseaux, que se estimaba sería la carta presidencial del 89. Entonces ocurrió el “Carmengate” (no sea flojo, googlee), y por arte de birlibirloque fue “elegido” quien había justificado y explicado el golpe de 1973 urbi et orbi (léase la carta a Mariano Rumor) y no había arriesgado prácticamente nada, apareciendo cuando la mesa ya estaba puesta.

Con la llegada de esa cáfila al poder, el mensaje fue claro: “ya cauritos, ahora pa’ la casa, que nosotros nos encargamos”, y comenzó el desguace del tinglado social que nos había llevado hasta ahí, y la conversión del vino en agua tibia. Conceptos como “clase”, “Pueblo” y otros que sonaban añejos, fueron cayendo en desuso de tanto que los “renovados” no los mentaban ni por casualidad, fenómeno que cuando lo advertí por allá por 1991, me valió varios epítetos que hoy luzco con total entereza. Uno a uno fueron cayendo los ofertones, en aras de un supuesto “realismo” que desconoció olímpicamente que la política es esencialmente el establecimiento de propósitos de cambio, y la consecución de ellos, y no la mera administración del status quo. Así, el país pasó de tener un “Pueblo victorioso” a un “Gana la gente”, y finalmente “la gente” pasó a ser una masa de consumidores, fácilmente manejable por la publicidad y la propaganda, y que se compra cualquier cosa que tenga marketing bien hecho. Parafraseando un antiguo cántico de las marchas, hace mucho escribí: “¿Si este no es el Pueblo, el Pueblo dónde está? ¡El Pueblo está en la micro, y va llegando al Mall!”.

Así, con algunos logros placebos y otros verdaderos, deambulamos estos 35 años caminando a lo Michael Jackson, o sea, sin que el espectador desprevenido sepa si va para adelante o para atrás, lo que es muy distinto al libro de Lenin “Un paso adelante, dos atrás”. Así las cosas, el elemento aspiracional fue introducido con mayor o menor intención, de modo que la mínima porción posible de “la gallá” se sienta de clase baja o pobre, dando paso a una mítica clase media, que tiene todo al alcance de la mano, es cosa de ponerle un poco de color nomás. Tenemos una identificación con dicho segmento, de gente que gana 600 lucas a otra que gana 5 palos o más. Mientras tanto, las Pymes generan el 65% del empleo, pero el 1% de las empresas más grandes acumulan el 88% de las ventas totales del país. Meterme con las AFPs, las Isapres, la Banca y otras cosas ya lo he hecho, así es que no me voy a extender aquí, pero si se motivan, lo pueden estudiar.

El asunto de fondo es que los dos principales discursos – el de la izquierda y el de la derecha- optaron por disfrazarse de “centro”, y ahí, vaya a saber uno lo que puede encontrar, pero sin duda es funcional a la derecha, porque esta siempre ha sido fiel a unas cuantas ideas casi tangibles: orden, seguridad, patriotismo, los pobres lo son porque quieren o son flojes, su poco de religión, y listo.

Para la izquierda la cosa es más complicada: abandonada para bien o para mal la idea de la “lucha de clases” a cambio de la clase media, desprendida lo más que se pueda de conceptos de la economía y la filosofía política marxista, que en mayor o menor medida sentó las bases de su identidad, hoy por hoy es sólo un “jurel tipo salmón”, una mescolanza de tortilla para la cual no se quiebran huevos, y en definitiva, una adopción de las ideas de centro, establecidas desde la derecha, cuya mimetización los hace casi invisibles. Que hoy alguien pueda definir -por ejemplo- que es ser socialista, es casi tan difícil como explicar la dualidad cuántica, ese fenómeno de la física de subpartículas atómicas que nos dice que estas pueden exhibir comportamiento de ondas o de partículas, dependiendo del contexto y la observación.

Con toda esta mezcolanza, tenemos un perfecto río revuelto, en que es cosa de que los pescadores se pongan a ganar nomás, mientras los peces nadan desorientados en las aguas de ideas que nadie conoce, ni siquiera quienes las promueven, o peor aún, quienes decidieron hacer como que no son lo que son, porque les puede dar alguna ganancia. Ser de derecha es fácil: basta con vivir defendiendo lo propio, y si es posible, apropiarse de más. En la izquierda la cosa es más compleja, partiendo por el desprecio hacía la burguesía, que es la que ha producido los grandes pensadores del sector, porque “el Pueblo” está demasiado ocupado en tratar de comer ojalá diariamente; es decir, se maneja con ideas que si bien rondan cuestiones bien concretas, se valida en la abstracción de pensar en los demás, en lugar de sólo en uno mismo, ello explica que desde la derecha y hasta del centro, sea usual recibir un “¿Por qué no te vay pa Venezuela?”. No les cabe en la cabeza que alguien que gana bien, come tres veces al día y hasta puede haber llegado a la universidad, ande metiéndose en cosas que no le afectan.

La mayor herencia de la Dictadura no es el sistema económico, es la instalación del egoísmo y el individualismo, sostenido y mantenido por todos los gobiernos posteriores, que desmantelaron el tejido social de que hablaba al principio, y no tienen nada que decirle a un “Pueblo”, es decir un grupo humano cohesionado y autoidentificado en torno a su propia realidad, de modo que hablan y gobiernan para una masa de consumidores, que lo que quiere es cumplir sólo sus propias expectativas, y no hay nada más maleable que los consumidores, se los dice alguien que también pasó sus años por el periodismo y la publicidad.

Así es que no vengan ahora a hacerse los…

…sorprendidos.