El frío se hizo sentir durante la tarde del 11 de septiembre, pero no logró acallar las voces ni apagar la convicción de quienes se reunieron frente a la casona ennegrecida de Colón 636. Allí, donde décadas atrás se levantó un centro de detención y tortura, un centenar de personas —entre ex prisioneros políticos, familiares, estudiantes y autoridades— participaron del acto organizado por la Corporación Sitio de Memoria Colón 636.
El frío fue testigo respetuoso. El silencio, en ocasiones denso, se rompía con palabras que traían de vuelta el dolor de la prisión, la violencia de la represión y, también, la dignidad de resistir. En el aire, flotaba la certeza de que recordar es una forma de justicia.
“Lo que vivimos aquí no puede quedar en el olvido”, expresó con firmeza Ester Huala, una de las sobrevivientes. A su lado, Manuel Aguilante y Julio Pedrol compartieron también su historia, relatando los tormentos que marcaron sus cuerpos y memorias, pero subrayando, sobre todo, la fuerza de la dignidad y el deber de transmitir la verdad.
Los testimonios resonaron como un eco que atravesó las paredes quemadas de la casona. Cada palabra era una chispa que iluminaba la memoria, un retrato vivo de un patrimonio cultural inmaterial que, por demasiado tiempo, ha sido invisibilizado en Punta Arenas.
Uno de los momentos más conmovedores llegó de la mano de las nuevas generaciones. Estudiantes del Liceo Luis Alberto Barrera entregaron a la Corporación una maqueta que reproduce el frontis de Colón 636.
Hasta hace poco, muchos de ellos no sabían lo que había ocurrido en ese lugar. Su investigación escolar los llevó a descubrir la historia silenciada, y su trabajo se transformó en símbolo: un puente entre el pasado y el presente, entre la memoria y el porvenir. La presidenta de la Corporación, Magda Ruiz Méndez, valoró el gesto y destacó que este tipo de iniciativas son clave para rescatar la memoria y abrir espacios de verdad.
Por su parte, Soledad Ruiz Ovando, directora de la Corporación, recordó a su padre y evocó la primera vez que volvió a pisar la casona, décadas después de haber sido torturado en ese lugar. En sus palabras quedó reflejada la urgencia de transformar este espacio en un sitio de memoria, un lugar abierto a la comunidad donde la historia no quede sepultada bajo los escombros del olvido.
La música también se hizo presente con Sergio Reyes Soto, sobreviviente que convirtió su guitarra en un acto de resistencia. Cada acorde fue un homenaje a quienes no están y un recordatorio de que la memoria también se canta.
El acto en Colón 636 cerró con un compromiso compartido: transformar el dolor en memoria, y la memoria en una fuerza viva que guíe el presente y el futuro.
La casona aún espera ser recuperada, pero cada palabra, cada testimonio y cada gesto como el de los estudiantes la resignifica. Allí, donde el horror quiso imponerse, hoy se siembra dignidad, verdad y esperanza.