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RECUERDO, TUCAPEL JIMÉNEZ ALFARO, PARTIDO RADICAL

Hoy, 25 de febrero, se cumple el trigésimo séptimo aniversario del asesinato del correligionario y dirigente sindical Tucapel Jiménez Alfaro. Fue en el verano de 1982, cuando el arma percutada por la dictadura cívico militar puso término a su vida, a los 60 años de edad. Y más de 40, los dedicó a luchar para mejorar la situación de vida de los trabajadores chilenos.

Al repasar la trayectoria del “Tuca”, se observa que inició su liderazgo social siendo muy joven. Comenzó a trabajar a los 16 años cargando sacos en lavaderos de oro, y a los 18 asumió la presidencia del Club Deportivo Lavaderos de Oro. Luego, en 1942 cuando tenía 21 años, fue elegido presidente de la Asociación de Trabajadores de la Dirección de Abastecimiento y Petróleo. En 1944 entró al servicio público y en 1953 fue nombrado director de la Asociación de Empleados de la Superintendencia de Abastecimientos y Precios. Un año más tarde fue delegado ante la Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF) y en 1957 pasó a formar parte de la directiva nacional de esta organización. En 1963, con poco más de 40 años, fue elegido presidente de ANEF, y reelegido en la presidencia en 1967 y 1970.

Alejandra Matus en el libro Los Archivos del Cardenal. Casos Reales, lo describe como “un hombre de carácter fuerte y a la vez simpático y campechano. Un gran articulador, capaz de dialogar con moros y cristianos. Y como dirigente, se peleó con Eduardo Frei Montalva y con Salvador Allende en sus respectivos gobiernos. Sus críticas a la Unidad Popular casi le cuestan la expulsión del Partido Radical” (p. 129).

Durante la primera década de dictadura los sindicatos chilenos fueron duramente castigados por la represión y las organizaciones que se mantenían aun con vida, se encontraban divididas. En ese contexto, criticó los despidos, las reducciones de sueldo y la indiferencia de las autoridades cívico-militares. Fundó en 1975 el Grupo de los Diez, “una coordinadora de organizaciones sindicales que comenzó a demandar cambios en las políticas económicas y laborales” (p.132).

Una semana antes de su asesinato, llamó a las organizaciones sindicales a formar un frente de unidad para luchar contra el modelo económico. Y el día de su muerte, salió temprano de su casa rumbo a la ANEF para reunirse con Manuel Bustos, presidente de la Coordinadora Nacional Sindical, para abordar el tema de la reunificación del movimiento.

Pero el operativo dispuesto por la Dirección de Inteligencia del Ejército, DINE, impidió esa reunión crucial. El encargado de dirigir la acción fue el mayor de ejército Carlos Herrera Jiménez, autor de los cinco disparos. Fue acompañado por Manuel Contreras Donaire, quien remató degollándolo, y por Miguel Letelier. Las órdenes fueron dadas por el entonces director de la DINE, Ramsés Álvarez; y Víctor Pinto, comandante del Cuerpo de Inteligencia del Ejército, supervisó la operación.

Cabe recordar, que la dictadura quiso camuflar el asesinato político de Tucapel Jiménez por un hecho delictual común, un asalto. Para ello, el 11 de julio de 1983, un comando de la CNI, en el que participó también Carlos Herrera Jiménez, secuestró y asesinó al carpintero Juan Alegría Mundaca, forzándolo antes a escribir una carta en la que se inculpaba del crimen de Tucapel y simularon su muerte como un suicidio.

Veinte años le tomó a la justicia hacer Justicia. Tras la fallida investigación de su asesinato, dirigida en un primer momento por el ministro en visita Sergio Valenzuela Patiño, quien sebreseyó la causa, en 1998 la Corte Suprema reaccionó ante la demanda familiar de cambiar al magistrado, y asignó el caso al juez Sergio Muñoz.

Muñoz dictó sentencia en el 2002. Además de los autores materiales y sus superiores, el juez incluyó en la condena “a los cómplices y al general en servicio activo Hernán Ramírez Hald, al ex fiscal Fernando Torres Silva y el coronel Enrique Ibarra como encubridores” (p. 143-144).

Tucapel Jiménez fue un hombre del siglo XX. Vivió una época donde el interés público motivaba la acción colectiva y el espíritu de las personas. Era militante radical, tenía opinión propia y era un resuelto demócrata. Por eso cosechó reconocimiento y respeto en el mundo social, laboral y político. No en vano presidió hasta el día de su muerte la organización nacional más importante de los trabajadores del sector público.

No lo conocí en persona. Pero lo que sé de él, me resulta fuente de inspiración. Recuerdo que la primera vez que escuché su nombre, fue una voz radial que informaba su muerte. Yo tenía 9 años, pero en ese tiempo, la plaza no era para los niños sino para las cruces.